Sobre las Animitas

Mausoleo del Presidente José Manuel Balmaceda, hacia 1928. Ha sido desde esa época una de las animitas más populares del Cementerio General, requerida por los estudiantes.
Parto por agradecer todos los comentarios y mails enviados después de la publicación de una nota periodística sobre las animitas de las carreteras chilenas, que puede ser vista aquí y en la que este servidor aparece consultado.
Para responder de manera general a las muchas consultas que también han llegado en estos pocos días -pues parece que el tema de las animitas despierta particular interés entre los amantes del patrimonio-, me permitiré incluir este artículo con base del mismo escrito que presenté para la señalada entrevista, agregando y ampliando algunos aspectos para darle contundencia y complacer la curiosidad sobre uno de los temas más interesantes de las tradiciones populares, donde convergen la religiosidad, el folklore, supersticiones, costumbres, leyendas y, especialmente, el culto mortuorio.
Por distintas razones, he tenido la suerte de familiarizarme con el tema de las animitas chilenas y ciertas características de la tradición funeraria que rodea a esta curiosa costumbre nacional, vinculada a esa suerte de necromancia popular que es la veneración a los fallecidos. Del mismo modo, tuve también el privilegio de asistir o ayudar algunas interesantes investigaciones que se han realizado sobre este tema, entre las que destacaría una del año 2010 de la joven estudiante neerlandesa Laurie Hermans, correspondiente a una tesis de antropología de la Universidad de Utrecht titulada "Gracias por los favores concedidos: Animitas and the Everyday Life in Santiago". Sus valiosas observaciones, como siempre con la claridad del que mira y explora un hecho desde afuera y sin prejuicios ni conceptos duros, también me ayudó bastante para poder ampliar la vista de ciertos aspectos de esta tradición.
Hay algunos estudiosos importantes que han investigado o escrito con distintos enfoques y generaciones sobre las animitas en Chile y en América Latina, como Juan Guillermo Prado, Oreste Plath, Cristián Parker, Roberto Contreras Vaccaro, Claudia Lira Latuz, etc., a los que se han ido sumando, además, nuevas noticias y más trabajos realizados por estudiantes tesistas o amantes del patrimonio.
Aún encontrándose ya como tradición en retirada, como todo lo que tiene que ver con la fe popular, por alguna razón las animitas siguen siendo tan importantes en la identidad cultural que ha resultado imposible desplazarlas de las creencias de nuestro pueblo, ni siquiera con el pretexto de la modernidad ofrecida a una sociedad que, evidentemente, está cada vez más alejada de la religiosidad y la vida espiritual.
Prueba de esta vigencia es la cantidad de animitas que han aparecido y siguen apareciendo en flamantes carreteras y autopistas, marcando sus más recientes accidentes fatales, a pesar de la verdadera alergia que muchas de las empresas administradoras de tales obras viales han manifestado por la continuidad de esta tradición. Varios lugares que fueron objeto de despachos en vivo mostrando recientes tragedias carreteras, de hecho, hoy están con sus respectivas animitas y gente alrededor del culto que allí se ha generado.
Tumba de Carmencita Cañas en el Cementerio General. La abundancia de animitas en este camposanto laico contrasta con la sequía de tales manifestaciones de fe popular en el vecino Cementerio Católico, quizás por la eventual desconfianza de la iglesia a esta clase de prácticas.
Animita de Alicia Bon en el sector de Pedreros, en las cercanías del Estado Monumental. Conmemora el asesinato de la muchacha ocurrido 1944, en un controvertido caso de la época.
¿QUÉ ES UNA ANIMITA?
De partida, cabe preguntarse qué es una animita o qué debe tener una para ser considerada tal. La palabra y el concepto ni siquiera figuran entre los principales diccionarios de la legua española, así que me aferro principalmente a la definición hecha por Plath, que me parece la más apropiada y genérica, aunque también me permitiré hacerle algunas observaciones:
Nace una "Animita" por misericordia del pueblo en el sitio en el que aconteció una "mala muerte". Es un cenotafio popular, los restos descansan en el cementerio, por lo que se honra el alma, la 'ánima'. Donde finalizó la terrena jornada, en el mismo lugar se construye una caseta, la que pasa a llamarse casilla, templete, ermita, gruta. Son reproducciones, imitaciones de casas y algunas semejantes a iglesias. Todas ostentan cruces. Se le prenden velas que se colocan en las casetas para precaverlas del viento, las más de las veces están expuestas al aire.
Me alegra que la definición dada por el escritor coincida en mucho con la que prefiero tomar para este tema, pero, en este tiempo esculcando en el tema, me he formado una impresión particular sobre la cultura de las animitas que difiere un poco de la aquellos autores que se ciñen estrictamente a la característica de que éstas deben corresponder sólo a altares levantados en el lugar de la muerte del venerado o al sitio particular de su tragedia, descartando los nichos y tumbas donde se monta un culto similar, por ejemplo.
Quisiera detallar estas razones en los puntos que siguen:
  1. Por un lado, existen famosas animitas que no corresponden exactamente al lugar de la muerte del fallecido, como la muy famosa de Alicia Bon en Pedreros (Departamental con Maratón), que señala sólo el lugar en donde ella fue mortalmente atacada en 1944, pues la muchacha murió mientras era conducida hacia el hospital.
  2. También están las famosas animitas de pescadores que, ante la imposibilidad de ser levantadas en el lugar preciso de las tragedias de altamar, se colocan en los sectores costeros recordando a los camaradas perdidos en el océano. El propio Plath señala algunas en zonas como Tumbes, Lota, Tomé, San Vicente y Punta Lavapié en Arauco. Estos conjuntos de animitas se constituyen como cementerios simbólicos, pero donde también se solicitan favores y se hacen agradecimientos a las almas de los muertos.
  3. Adicionalmente, cabe recordar que hay altares consagrados al patronato de santos, Cristo o advocaciones de la Virgen, que tienen una relación con sus fieles similar a la de las animitas: se dejan placas de agradecimiento y mensajes de peticiones, como sucede con el Cristo Negro del Cementerio General, el Cristo de las Trincheras de San Lázaro o los altares patronales de la misteriosa Capilla de Ánimas de calle Teatinos (San Judas Tadeo, San Rafael, Santa Teresa, el Sagrado Corazón, etc.), curioso templo que es, en sí mismo, una gran animita consagrada al recuerdo y rogativas por el descanso de los muertos.
  4. Por último, existen también animitas "especializadas", como aquellas que son las favoritas de los estudiantes (los mausoleos del Presidente Balmaceda y del profesor José Abelardo Núñez en Santiago o de Juanita Ibáñez en Linares, por ejemplo) o las de enamorados (la de "La Novia" Orlita Romero en Santiago o la de Elvirita Guillén en Antofagasta). Esto indica que el valor simbólico de la animita es muy superior a su existencia o denotación física, como sería por ejemplo el hecho de que se tratara estrictamente del lugar donde el fallecido encontró la muerte o bien donde descansen sus huesos.
He visto nacer y morir varias animitas en muchos años, incluso conociendo a veces al fallecido, así que mi modesta opinión y criterio es, entonces, que la animita corresponde a aquella construcción funeraria de origen informal que se consagra como gruta o altar de veneración informal al sujeto fallecido (o relacionado ya a una entidad espiritual que concede milagros), en un espacio físico asociado de algún modo a su muerte, bien sea el lugar de fallecimiento, o un monumento consagrado a su memoria o su propia tumba, y en donde se produce y registra una actividad popular de petición de favores con ofrendas (velas, regalos, rezos, etc.) y también agradecimientos por los que hayan sido concedidos.
El nombre de "animita" es sólo vagamente conocido en Argentina y Perú, pues se trata de una expresión más propiamente chilena. Proviene del nombre dado a las almas en pena, "ánimas", pero con un diminutivo que responde a la connotación infantil que, veremos, es bastante común en el culto animístico. Según exige la tradición popular, estas animitas se colocan especialmente para gente muerta de forma violenta (accidentes, crímenes, suicidios, etc.), pues se cree que su alma sigue rondando a medio camino entre el mundo de los vivos y los muertos cerca del lugar de su tragedia final. En otros casos, se aclara también que permitiendo al fallecido conceder favores, se facilita su entrada al Cielo.
De alguna manera, entonces, las animitas son intermediadas entre planos de existencia: entre el mundo de los hombres y los espíritus. De ahí que no todas sean estrictamente altares colocados sólo en el lugar de la muerte de una persona, sino también en sus tumbas o, en otros casos, a entidades "santas", pero siempre asociadas de alguna forma al misterio de la muerte.
Animita de Romualdito, en calle Borja de Estación Central, a escasa distancia de la Alameda. Se trata de una de las animitas más famosas y conocidas de todo Chile, que intentó ser demolida alguna vez pero se fracasó en tal propósito cuando los trabajadores de las maquinarias pesadas alegaron supuestos hechos sobrenaturales que detenían a sus equipos.
Pepito, en Recoleta, corresponde a un adolescente que, según las leyendas que rondan, habría sido asesinado brutalmente por delincuentes callejeros o bien murió víctima de un accidente causado por un vehículo de locomoción colectiva, a escasos metros de la avenida Recoleta y del Cementerio General. En relativamente pocos años, ha adquirido gran importancia y fama entre vecinos y trabajadores de estos barrios chimberos. Nótese que su animita es una sencilla y funcional caja, destinada a resguardar las llamas de velas y cirios.
ANTECEDENTES DE LAS ANIMITAS EN CHILE
La tradición adjunta a la animita es, por lo recién descrito, parte importante para definirla como tal y separarla del mero concepto de lo que podría ser el altar conmemorativo de una tragedia o evento que involucrara una o más muertes, por ejemplo, lo que no es obstáculo para que muchas animitas adquieran características de monolitos u objetos montados para el recuerdo, así como ha sucedido que piezas creadas para la conmemoración acaban convirtiéndose también en animitas (como por ejemplo, el Indio Desconocido de Punta Arenas).
Se les visita sin días fijos ni horarios -dice Plath abundando en esta tradición alrededor de la animita-, la mayor predominancia está en los días lunes, miércoles y sábados. En forma especial, el 1 y 2 de noviembre. Algunas "animitas" tienen venerantes que vienen de distintos puntos del país y de los limítrofes. Los peregrinos, los creyentes son de ambos sexos, como de diferentes edades y clase social. Las 'animitas' se encuentran en las grandes ciudades, en las calles, a la vera de las aceras, en los pueblos de provincia, en los extramuros. Se les ve a lo largo de los trazados ferroviarios de norte a sur, en las riberas de los ríos de enfurecidas corrientes, al borde de los barrancos, en la curva peligrosa, en la berma de las carreteras, en las rocas de las playas, en la escabrosa cordillera, en la pampa soledosa de la sal y el cobre, en las islas de Chiloé, entre la lluvia y el viento.
Cabe preguntarse, entonces: ¿Desde cuándo estarán en Chile? El desarrollo de la tradición y sus variaciones a lo largo del país sugieren que ha de ser una gran cantidad de tiempo, probablemente desde los inicios de la sociedad criolla.
Hay quienes creen que las animitas son de origen precolombino, como veremos luego, por lo que sus registros de presencia podrían remontarse a ciertos hallazgos arqueológicos que dan cuenta de cultos que, después, fueron fundiéndose con las tradiciones de la fe de los españoles católicos y extendiéndose por toda América Latina. Se habla también de la existencia de memoriales para fallecidos ya en tiempos de la Conquista o la temprana Colonia, que se levantaban en el lugar donde algunos hispanos morían de forma sangrienta, por asaltos, accidentes o en emboscadas indígenas.
Quizás sea aquella una tradición heredada a los hispanos desde el mundo greco-romano, donde eran comunes los cenotafios conmemorativos de fallecidos. De ser correcto este dato, supongo que acá se hacía también una especie de altarcillo en homenaje al caído, tradición que tomarán después pescadores, arrieros y mineros para recordar a sus respectivos colegas muertos. Lo mismo sucedió con los petos de ánimas, altares conmemorativos de fallecidos en los caminos y de origen gallego, y los llamados altares de muertos que se expandieron por el Nuevo Mundo, con mucha influencia cultural mesoamericana en sincretismo con las tradiciones españolas del Día de los Muertos y otras expresiones de duelo-celebración.
Sin embargo, por la severidad de la iglesia en tiempos de la temprana Colonia para con los cultos paganos o alejados de la estricta fe de Cristo (recordemos casos como el del doctor Maldonado da Silva, enviado a Lima y quemado vivo por la Inquisición al demostrarse su fe judía), es muy probable   que la costumbre de comenzar a solicitarles abiertamente favores y pedirle milagros a estos altares sea posterior. Además, las animitas primitivas eran más simples y no semejaban tanto a las de nuestros días, muy decoradas y a veces recargadas de flores, velas y adornos, como en una intención deliberada de congraciar al fallecido tal cual si su alma "viviera" dentro de este espacio. Hacia 1840, por ejemplo, durante el Gobierno de don Manuel Bulnes, había una de esas animitas primitivas hacia uno de los accesos del Puente de Cal y Canto, y que consistía en una sencilla cruz negra que los vecinos levantaron allí luego que un residente del barrio cayera fatalmente al río Mapocho, en un accidente de carros de caballos.
Las animitas tal cual las conocemos hoy como sitios de solicitud o agradecimiento de favores y no sólo de conmemoración, generalmente colocadas junto a caminos y con forma de pequeñas ramadas o capillas, parecen surgir en el cristianismo popular de los campos y los arrabales, al igual que otrastradiciones como las santiguadoras, las "meicas" y los "componedores", pues hay un momento en que la iglesia católica se hace más adaptativa y menos estricta entre las comunidades rurales para poder mantenerlas en la fe, desde donde fueron pasando estas prácticas hasta las ciudades.
Animita del Cabo 2° Juan Ramón Morales Gajardo, fallecido en un accidente vehicular el 3 de julio de 1993, en la calle Santa Amalia esquina Colombia, en la comuna de La Florida. Apodado "Paquito", se convirtió rápidamente en una animita milagrosa que "concedía favores", pues las placas de agradecimiento comienzan a aparecer al año siguiente de su muerte.
Otra animita en La Florida, esta vez en avenida Vicuña Mackenna con Enrique Olivares. Fue vandalizada varias veces, por lo que nunca pudo "posicionarse" a pesar de haber sobrevivido a los intentos cambios y modificaciones viales que ha sufrido el sector, antes de desaparecer. Correspondía al lugar donde falleció atropellado por un taxi un muchacho joven hacia el año 1997, durante las celebraciones callejeras que se realizaban cuando Chile clasificó al Mundial de Fútbol de Francia 98, durante la noche. Su padre habría sido un vendedor de periódicos del barrio. Aunque alguna vez tuvo la típica forma de casucha, después fue sólo una piedra "conmemorativa" visitada sólo por deudos amigos y familiares.
ORÍGENES ANCESTRALES
En general, hay consenso en que se la tradición de la animita se corresponde con un sincretismo a fusión de elementos locales con el cristianismo hispánico, resultando este culto mortuorio que sobrevive aún en Hispanoamérica. Hay algo parecido a las animitas de camino en México, por ejemplo, y si bien no parecen abundar en Argentina tanto como en Chile, el vecino país tiene algunas famosísimas y de trascendencia internacional, como la Difunta Correa o el Gauchito Gil.
Sin embargo, el origen preciso de la animita no está bien documentado en las fuentes y tampoco hay acuerdo sobre cuál fue el equilibrio de influencias de estas dos vertientes para su gestación y penetración en la cultura popular: el hispánico y el indígena, en caso de haberlo.
En general, comparto la idea de que las animitas parecen tener bastante influencia de las llamadas apachetas o apachitas, vinculadas a áreas de influencia quechua y aymará (Perú, Bolivia, Norte de Argentina y Chile hasta la Zona Central). En general, se puede definir a estas apachetas como altares de piedra para ofrendas indígenas a la Pacha Mama (granos, hojas de coca, cereales, charqui, pequeños objetos de valor, etc.) y a las que, según nos han dicho en algunas zonas de Tarapacá, después se les colocaban cruces encima, como intentando dejar atrás su origen pagano bajo el peso del símbolo católico.
Como no existen demasiadas publicaciones alrededor de ellas, tampoco se ha profundizado mucho sobre su vínculo con las tradiciones que después fueron adicionándose al cristianismo popular. Además, la sencilla forma de estas apachetas, como piedras colocadas unas sobre otras y a veces en regresión de tamaño (desde las más grandes abajo hacia las más pequeñas arriba), ha llevado en muchas ocasiones a confundirlas con marcas de hitos o restos de tambos incásicos. Sí es interesante, sin embargo, que hayan sido construidas principalmente en las cercanías de caminos primitivos y rutas, tal como sucede con la mayoría de las animitas actuales.
En el Chile precolombino también hay huellas de cultos mortuorios tales, como los altares funerarios de la llamada "gente de los túmulos", además de ciertas creencias sobre la vida y la muerte entre culturas locales que tienen cierta analogía con la idea sobre el estatus en que queda el fallecido representado por una animita. Ya he comentado algo respecto de esto en una entrada anterior dedicada a la famosa animita de Carmencita Cañas, en su tumba del Cementerio General.
El cristianismo, si acaso no sustenta en esencia la entrada de la animita en la sociedad criolla, cuanto menos adiciona una gran cantidad de elementos que enriquecen este culto base, incorporando el concepto de los "milagros" y la posibilidad de hacer peticiones de favores a los santos patronos. Ya vimos, además, que en España existía la tradición de poner pequeños altares conmemorativos junto a los caminos, señalando lugares donde una persona había muerto de forma trágica.
¿Habrá una raíz cristiana y no adoptiva en el culto animístico, sin embargo? Sin duda: en tradiciones judías adoptadas en tiempos paleocristianos por la fe de Jesús, estaba la tradición de recoger la sangre de todas las personas que morían de forma violenta o martirial (de ahí el folklore del Santo Grial, o el de Santa Práxedes echando a un pozo la sangre de los cristianos asesinados en Roma), pues se la consideraba parte del cuerpo que debía ser sepultada con él. El símbolo de la animita es, coincidentemente, ese: dignificar el lugar donde se derramó la sangre del fallecido, como compadeciendo su tránsito entre el tormento físico y el espiritual, pero en este caso para darle la oportunidad de la liberación por la vía de favores e intervenciones benefactoras. Otras semejanzas con tradiciones de entonces se ven, por ejemplo, en la costumbre de dejar algunas piedras en algunos altares, otra costumbre funeraria judía, además de las mencionadas expresiones hispánicas de conmemoración mortuoria como cenotafios y petos de ánimas.
El patronato de los santos sobre algunas animitas también es algo aportado por el cristianismo hispano al culto mortuorio: mientras las animitas de pescadores son protegidas por San Pedro, las de camioneros, choferes o transportistas fallecidos en accidentes carreteros llevan la estampa o bandera de San Lorenzo, especialmente hacia el Norte de Chile, donde muchas de ellas imitan también la forma de templos coloniales de la zona. Dependiendo del sector del país, también han aparecido animitas custodiadas por San Sebastián y el popular San Expedito. Preferentemente, siempre se tratará de santos mártires, pues es la misma connotación de inocencia y sacrificio que se otorga al fallecido, como veremos más abajo.
Otro detalle interesante es que, en algunas animitas en las carreteras, se usa el dejar pequeñas piedras como recuerdo, encima o alrededor, parecido a lo que sucede en las tradiciones funerarias judías. Me pregunto si habrá algún hilo conductor con esa raíz, considerando que la costumbre de hacer solicitudes de favores en pequeños papeles tiene cierta relevancia en el judaísmo, al menos en el caso particular del famoso Muro de los Lamentos de Jerusalén. O tal vez se trate, desde otro punto de vista, de una reminiscencia del viejo culto a las apachetas, aunque su paralelismo con las mencionadas tradiciones cristianas, hispánicas y sincréticas no parecen casuales.
La tradición de orar a las ánimas, además, tiene el mismo elemento compasivo y benéfico por parte de quien lo practica: procurar la pronta salida del alma de aquel fallecido desde el Purgatorio, para que pueda entrar libremente al Cielo. Es, en esencia, el mismo sentido del Día de Todos los Santos en el cristianismo y de prácticas como los petos de ánimas en España o los altares de muertos en Hispanoamérica, estas últimas muy vinculadas al Santoral de los Difuntos a inicios de cada noviembre y que también tuvo manifestaciones de celebración en Chile, como fue el llamado "18 de las Ánimas" que se realizaba con música y ramadas enfrente del Cementerio General de Santiago.
INFLUENCIA EN LA CULTURA FUNERARIA
La creencia en las animitas se manifiesta en el pueblo a través de una relación que se presume en directa comunicación con el muerto o alma, aunque el vínculo deba ser intermediado por actos simbólicos: dejarle mensajes, prenderle velas, decorar su grutita con flores, pedirle favores en papeles, llevarle regalos en cumpleaños o Navidad. Sobre esto último, se recordará que ya está convertido en tradición entre algunas familias el pasar noches de Año Nuevo sobre las criptas de sus seres queridos, como sucede en Talca, Iquique y otras ciudades.
En este sentido, en el culto de la animita hay una especie de negación a la muerte que es común a las religiosidad de orientación fúnebre; una insistencia en que el fallecido sigue vivo y manifestándose, de alguna forma. Esta tendencia a la negación y a la idealización del estatus en que está el muerto, se materializa de las siguientes maneras:
  1. Seguir tratando al difunto como si continuara vivo, ya sea en el lugar específico de su desgracia (animitas de Romualdito en Estación Central, "Paquito" de La Florida, Olivarito y la Kenita en Iquique, etc.) o en lugar de su eterno descanso (la Carmencita, "La Novia", el Mausoleo del Presidente Balmaceda, etc.). Si es un niño, se le llevan juguetes; si era un hincha de un equipo de fútbol, sus emblemas y banderines; si era una muchacha, flores frescas y de connotación femenina; si era un abuelo, fotografías enmarcadas de sus nietos, los que probablemente no alcanzó a conocer, dejadas por familiares. Hay animitas en barrios populares con "ofrendas" de licor, vino, cerveza, cigarrillos y hasta marihuana, reflejando de alguna forma el estilo de vida que tenía el fallecido.
  2. En todos los casos, además (y por la misma influencia cristiana), se da al finado una connotación "angelical" o "martirial", que se adapta a los antecedentes que sean conocidos sobre el sujeto popularmente canonizado, como: niños indefensos o jóvenes con retrasos mentales (Romualdito, la Carmencita o la Marinita de Parque O'Higgins), víctimas de asesinos y de sujetos malvados (Petronila Neira en Concepción), adolescentes suicidas (Willito, en el Cajón del Maipo), víctimas de terribles accidentes (conjunto del Paso Superior Sepultura, en Leyda, o las animitas del último gran accidente en la Autopista del Sol) y hasta personas ejecutadas de manera supuestamente "injusta" (como Osorio y Cuadra en el Cementerio General, Emilito en Temuco o Emile Dubois en Valparaíso).
Animita de Mauricio Andrés, en Barrio Mapocho, frente a la Piscina Escolar de la Universidad de Chile. Corresponde a un niño o adolescente que fue trágicamente arrollado por un bus de la locomoción colectiva en los años ochenta.

LAS TRADICIÓN FRENTE A LA MODERNIDAD

A pesar de que puede tratarse de un culto que está en retroceso, la animita tiene un respaldo de tradición y folklore demasiado profundo y sólido como para suponer que pueda ser arrasado, como ocurrió en el fallido afán de demoler el muro de Romualdito en calle San Borja, o bien remplazado y adaptado arbitrariamente elementos centrales del ejercicio del culto, como sucede con la "modernización" y el intento de uniformar las animitas de las carreteras con una especie de casucha estándar que agredía los más esenciales conceptos de la tradición de las animitas, que exige un altar individualizado para el venerado, con "vida propia" representando a la del fallecido que le da el nombre, además de testimoniar su presencia más allá de la muerte, razón por la que recibe a través de la misma animita los señalados regalos de juguetes, flores, banderas chilenas, emblemas de clubes deportivos, botellas de agua, incluso latas de cerveza y botellas de licor, como vimos.
Dicho de otro modo, la tradición requiere que una animita tenga personalidad e identidad propia, muy lejos del mero concepto del "nicho" o la estandarización. Es algo parecido a lo que sucede con las casas "en serie" de algunos barrios populares: siendo todas exactamente iguales, cada vecino le da un distintivo o diseño que siente propio y representativo de la propia familia. El mismo principio se aplica a la animita, pero se ve dificultado por la sencillez extrema de las estructuras estandarizadas que se propusieron para las autopistas modernas, además de impedir un resguardo y mantención permanente por parte de sus deudos y familiares, dada la situación de aislamiento en que quedaron dentro de estas nuevas carreteras.
Las casuchas uniformadas de la Autopista Central del año 2004, por ejemplo, estaban diseñadas con un rectángulo abierto de planchas metálicas, con base de hormigón y techado, colocadas a los costados de la vía para la visita segura de los deudos. La verdad es que ni siquiera parecía una animita, sino más bien un buzón o, peor, un basurero. Desde la distancia semejaban artefactos hogareños abandonados, como una lavadora o un refrigerador oxidado. No extraña, así, que al poco tiempo de inauguradas, muchas de ellas estuvieran ya abandonadas, destruidas o con una pequeña grutita o animita en la tradicional forma de templete o casucha al lado, devolviéndole al fantasma del fallecido una morada de estilo conservador y más folklórico.
En el mismo sentido, es un aspecto interesante que incluso los viajeros no creyentes valoren y ayuden a mantener las clásicas animitas de las carreteras, por su utilidad funcional: los caminos con muchas de ellas son reconocidos inmediatamente como tramos peligrosos del viaje, que exigen mayor precaución y sirven también como referencias en la ruta o paradas de descanso para el que anda a pie.
Esta característica, como virtual indicador de tragedias, es bien conocida por las autoridades: el Ministerio de Transportes y el Conaset lanzaron una dramática campaña de prevención de accidentes en diciembre de 2011, titulada "Manéjate por la vida", cuyo inicio consistió en repartir cientos de animitas de madera por todo el rango central de la ciudad de Santiago, con velas encendidas y en su interior un mensaje que decía "#Manéjate. 1.600 muertes al año", aludiendo a la cantidad anual de fallecidos en accidentes de tránsito. Fotografié varias de estas animitas durante la tarde y la noche del 12 de diciembre, y admito que sobrecogía observarlas iluminando la oscuridad de la noche en Mapocho, el Barrio Cívico, el sector de Alameda y Plaza Baquedano, con la luz de sus velas y ese texto que sonaba casi como amenaza.
Parecido es el caso de ciertas animitas levantadas en barrios populares de la ciudad por grupos de izquierda u organismos de derechos humanos, mezclándose su naturaleza religiosa y espiritual con la política, pues, a pesar de ser sectores de carácter laico o incluso ateo, también decidieron colocarlas como un recuerdo vivo para personas caídas en actos represivos de 1973 a 1990 (e incluso en años posteriores), en el lugar de sus respectivas tragedias, convirtiéndose en sitios de veneración y petición de favores para los vecinos. El valor de la animita, de este modo, trasciende a lo meramente religioso y al campo de la creencia popular.
Así pues, quizás las concesionarias de las autopistas no han entendido bien esta estrechez del culto de las animitas chilenas con la presencia de los caminos (siendo que Chile es un gran camino, precisamente, de Norte a Sur) y en todos los demás espacios públicos, al tratar de erradicarlas, muchas veces destruirlas con maquinaria pesada y, al no poder hacerlo, intentar uniformarlas. Pero la verdad es que sólo el día que se acaben los accidentes, las empresas de las autopistas podrán pretender que se acaben por completo también las animitas en sus carreteras, pues la fortaleza de este culto en Chile es que seguirá siempre asociado a algo tan poderoso y profundo como la propia muerte.

Estructuras que se diseñaron para reemplazar a las animitas de la Autopista Central, el año 2004, y que han tenido resultados poco favorables y casi nula aceptación (fuente imagen: masarquitectos.cl).

Animitas de fantasía colocadas en diciembre de 2011 en Santiago Centro, para una campaña del Ministerio de Transportes y de Conaset para evitar las muertes por accidentes de tránsito. Esta propaganda utilizó el fuerte contenido cultural de la animita en la sociedad chilena para elaborar su mensaje.

LA "ANIMITA". Por Raimundo de la Cruz

Artículo "La 'Animita'", del cronista y escritor Raimundo de la Cruz, publicado en la sección "Estampas de colorido autóctono" de la revista "En Viaje" de la Empresa de Ferrocarriles del Estado, N° 221 de marzo de 1951 (página 40).
En la quietud de la noche parpadea una lucecita. Ora se Acerca, ora se aleja, ora desaparece como tragada por la obscuridad. Torna, después, a aparecer vacilante, cual si despertara de un negro sueño.
Es tenue como una luciérnaga esta lucecita; pero es firme y persistente como una estrella caída a orillas del camino.
A medida que nos vamos acercando, se va diseñando más clara y más precisa. No es un farolito o una señal del tránsito como parecía a la distancia, sino un conjunto de velas encendidas en el fondo de una rústica hornacina labrada en la pendiente, o dentro de una tosca capillita de piedras, de barro o de hojalata, que sirve para protegerlas del viento.
No guardan estas capillitas u hornacinas ni imágenes ni símbolos. Sólo una cruz abre en ellas sus brazos piadosos como una floración de recuerdos y esperanzas.
Son para el viandante, estas lucecitas, como pequeños faros que señalan, a lo largo de la ruta, los sitios de peligro: la quebrada donde se ha ocultado la asechanza criminal: la curva cerrada donde se produjo el choque fatal; la boca del barranco que se tragó el vehiculo y sepultó a los ocupantes.
Lo importante es que, en estos sitios, por una u otra causa, alienta un soplo de tragedia.
Y el pueblo chileno, esforzado y fatalista, venera, en ese símbolo de perduración, de superación de la tragedia que representa la "animita", el espíritu estoico y acerado que lo anima; que le permite cubrirse de gloria en los campos de batalla; que le permite sonreír frente a la adversidad y la miseria.
Es milagrosa, es poderosa la "animita" porque es un trasunto de inmortalidad; porque el dolor y la muerte no la vencieron, la purificaron como un crisol.
Al que muere burguesmente de muerte natural, no se le venera; no deja una "animita" compasiva y poderosa, a quien se pueda encender velas y solicitar favores.
Sólo ciertos hombres de alma grande, de personalidad bien definida y de hondo y poderoso arrastre, han logrado polarizar en sus tumbas este sentido de veneración popular sencillo y espontáneo que simboliza la "animita".
Constituyen de ello los más genuinos exponentes, las tumbas de Balmaceda, de Aguirre Cerda y de Alessandri.
Balmaceda y Alessandri se impusieron, Aguirre Cerda se insinuó.
Balmaceda, con sus cabellos largos y ondulados; con su rostro pálido y fino de medallón antiguo, cierra el period0 romántico de nuestra historia política y rubrica heroicamente con su muerte el apotegma de su carrera pública: "He amado a mi patria por sobre todas las cosas de la vida".
Con su muerte, más que con el triunfo de la revolución que no alteró ni el espíritu ni la letra de la Carta Fundamental del 33, se implantó de hecho un régimen parlamentario turbulento y desquiciador.
Fruto de ese régimen fue Alessandri que, ante todo era un tribuno de corte francés, fogoso y fascinador como Gambetta y Clemenceau. Pero que, como este último, era además un estadista de visión vasta y energía poderosa. Clemenceau fue para Francia el "padre de la victoria", Alessandri fue  para Chile el "padre de la paz social”. Con sus leyes sociales y su acertada separación de la iglesia y del Estado, borró para siempre los tintes de sangre y de tragedia que encierran las luchas religiosas y sociales, y con su Constitución del 25 sofrenó los desbordes del régimen parlamentario.
Más afortunado que Balmaceda y exponente de otra época, logró imponer el apotegma de su carrera pública: "El odio nada engendra", y morir octogenario, presidiendo el Senado de la República, como los cónsules de la antigua Roma.
No alcanzó Aguirre Cerda contornos históricos tan señalados. Su carrera política fue más lenta y opaca. Su paso por el Mando Supremo fue breve y esterilizado por la lucha partidista.
El pueblo adivinó, sin embargo, a través de su figura modesta y desgarbada y de su corta actuación como Mandatario, la bondad de su alma y la grandeza de su concepción patriótica de que son un jirón hecho realidad las Corporaciones de Auxilio y de Fomento.
Y en el Cementerio General, las inscripciones van cubriendo el mármol de estas tres tumbas.
Allí no son velas que se encienden y se agrupan como al borde de los caminos, en la sima de los precipicios, en las bocas de las minas o en los senderos de la pampa.
Pero esas inscripciones sencillas, confiadas, casi ingenuas, son un trasunto del alma de nuestro pueblo, un testimonio elocuente de la supervivencia de esos hombres egregios.
En las encrucijadas del derrotero de Chile, seguirán brillando unas lucecitas de esperanza, encendidas y conservadas por miles de hombres de buena voluntad, que tienen fe en la "animita" colectiva que guía nuestros destinos.

7 comentarios:

  1. yo soy Naty Neira p y siempre le pido a Dios k m mandé vida amor trabajo dinero ya k no me ha mandado amor a esta tierra aún

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  2. El "Animita de la Caleta", fue destrozado en Piragua. Se trataba de la anímica de Nelson Márquez, un. prisionero político de Pisagua en 1973 , que fue torturado afuera de la Cárcel de Piragua y ejecutado posteriormente en el antiguo muelle en desuso al ubicado al costado de dicha cárcel, a finales del mes de Enero de 1974. Se trató de levantar la casita de recuerdo, pero despúes por fuerza mayor no se pudo.Ojalá que alguien lo cumpla y estoy seguro que Nelson les cumplirá. Un amigo.

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  3. por mas que avancemos en el tiempo siempre volvemos a lo nuestro.nuestras costumbres ancestrales.....

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  4. Por casualidad sabes si se necesita un permiso especial para poder poner una animita? mi papa fallecio producto de un atropello por la metrobus 80 el 06 de abril de este año en gabriela con concha y toro, el conductor se paso el semaforo en rojo.

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  5. Que buen artículo! muchas gracias!
    Yo soy de la Asociación Machello Colín de Quiquilwe, Castro, organización que evoca la figura de ese sabio Williche que fue muerto por brujería y comido por los mismos brujos de acuerdo a la historia.
    La animita fue destruida hace tiempo cuando se amplió la carretera en Castro Alto, y hoy sólo nos faltan los permisos para reconstruir la gruta.
    Un saludo enorme!

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