miércoles, 21 de diciembre de 2016

TUMBA DE FRAY ANDRESITO EN LA RECOLETA FRANCISCANA

  • NOMBRE: Tumba de Fray Andresito.

  • COORDENADAS: 33°25'49.83"S 70°38'51.62"W

  • CIUDAD/UBICACIÓN: Comuna de Recoleta, Región Metropolitana, Chile.

  • DIRECCIÓN: Iglesia de Nuestra Señora de la Cabeza de la Recoleta de San Francisco, en avenida Recoleta con Antonia López de Bello, barrio de los mercados. Nave izquierda del templo.

  • CATEGORÍA: Tumba milagrosa / Altar popular.

  • FAVORES SOLICITADOS: Generalmente, de salud y de estabilidad económica; favores domésticos de preferencia. Fray Andresito es, por excelencia, el santo popular de los pobres y los desvalidos en Chile.

  • RESEÑA: Andrés Filomeno García, más conocido como Fray Andresito, está en pleno proceso de estudio para su beatificación. Fue un religioso de origen canario integrado como lego y trabajador de la Recoleta de San Francisco en Santiago de Chile, en 1842. Desempeñándose como limosnero, ayudó a reunir los fondos para la construcción de la Iglesia de la Recoleta Franciscana y manifestó en vida muchos prodigios que han sido tomados por milagrosos, además de ser uno de los personajes más queridos de la historia religiosa chilena. Tras fallecer prematuramente en el mismo convento, el 14 de enero de 1853, fue sepultado en un gran funeral donde concurrió gente de todos los estratos sociales para despedirlo. Dos años después, se exhumó su cuerpo para cambiarlo a una mejor cripta con catafalco, y se descubrió en los trabajos que éste estaba incorrupto. El sarcófago, entanto, quedó a la vista dentro del templo, hasta donde llegan permanentemente sus devotos hasta hoy, encendiendo velas, ofreciéndole flores o placas de agradecimientos por favores concedidos. En el recinto de la iglesia recoleta hay también un pequeño museo dedicado a Fray Andresito, con algunas de sus humildes pertenencias, y una tienda de recuerdos religiosos relacionados con su memoria, para reunir fondos destinados a la labor social de los franciscanos.

Bautizado en la pila bendita como Andrés Antonio María de los Dolores García Acosta, fray Andresito nació el 10 de enero de 1800 en Ampuyenta, en la Isla Fuerteventura de las Canarias, dentro de una modesta familia de agricultores y ovejeros. Tras emigrar viviendo aventuras y desventuras en tierras uruguayas, decidió viajar a Chile en 1838, acompañando al misionero francisco Felipe Echenagusia, en un viaje por barco que fue un verdadero calvario de abusos y agresiones por parte de los marineros. Por fin a Santiago, fueron recibidos en la Recoleta Franciscana por fray José Infante, el 10 de julio de 1839.

El donado Andrés fue destinado a labores de asistente de cocinero, lavador de platos y barrendero, aunque trabajaba con gran alegría y entusiasmo, animado por su misteriosa luz interior que nunca pareció apagarse. Siguiendo un consejo de fray Felipe, el cargo de limosnero le fue entregado en la recolección por fray José, a partir del 2 de agosto de ese año. Desde aquel momento, las calles de la capital de la aún joven República serían enteramente suyas, ejerciendo aquel rol que lo llevó a ser uno de los personajes más célebres y respetados de la ciudad. Caminaba por la urbe paseando su humilde alcancía y una inseparable estampa de Santa Filomena, de la que era ferviente devoto.

El dinero que Andrés solicitaba en estas andadas interminables era para mantener el convento, completar la construcción de la iglesia recoleta y otros fines piadosos, como los comedores de los pobres. Y a pesar de su experiencia anterior como limosnero en Montevideo, al principio le resultó muy difícil  llevar adelante esta tarea, como extranjero en una sociedad en la que recién comenzaba a ambientarse y en la que aún no tenía amigos.

Apodado el Canario entre sus hermanos y primeros amigos, con el tiempo Andrés comenzaría a ser solicitado por familias que habían ido quedando convencidas de su honestidad y querían ayudar con limosnas para la orden. De esta manera, con el correr de los meses empezaron a abrirse para él todas las puertas de la ciudad, desde las casas más humildes hasta los palacios más señoriales de la aristocracia criolla. Incluso fue recibido en La Moneda, pues se hizo de amistades tales como el senador Francisco Ignacio Ossa y la esposa del general Manuel Bulnes, doña Enriqueta Pinto. En esos momentos, Bulnes acababa de convertir oficialmente la Casa de Toesca en la residencia presidencial. Sobre tales labores y este período de su vida, escribió Cruz Villarroel, en 1856:

Su nueva ocupación parece que no le desagradaba, desempeñándola con gusto; aunque la vida del limosnero es muy labiosa, muy pesada y muy peligrosa. En efecto, él tiene que andar casi todo el día, tiene que avergonzarse de pedir para otros, tiene que ir siempre muy prevenido de las injurias, burlas, amenazas, insultos y desprecios, que no son nada raros en este penoso ejercicio; él tiene, por último, que ir muy sobre sí para no caer en peligros mil que por donde quiera le rodean. Y si así lo hace ¡Ay, infeliz del limosnero que se descuide por un solo momento! ¡Indudablemente perderá del grandioso mérito que adquiere para con Dios y con los hombres! ¡Caerá en faltas gravísimas y abominables!

Poco a poco, empezaron a correr en la sociedad capitalina también los rumores sobre su supuesta capacidad de ofrecer milagros y prodigios asombrosos, cuando más y más personas reconocían un supuesto talento suyo para curar enfermedades. Solía sentarse a meditar o a leer en un viejo y tosco escaño de piedra que aún se conserva en la Recoleta Franciscana, atrás del museo construido para él. Ocupó este asiento incluso hasta sus últimos días, de hecho. También escribía poemas religiosos en sus ratos de descanso o cuando no estuviese en las calles, con los que amenizaba el ambiente de los comedores pronunciado aquellos sencillos versos con el acento hispánico que nunca perdió, a veces acompañado de un pandero.

En 1843 se debía iniciar la reconstrucción del nuevo templo de la orden, proyecto promovido por fray Vicente Crespo. Andresito participó fervorosamente en la obtención de las limosnas faltantes para financiar gran parte del proyecto, echando mano también en los trabajos gracias a su experiencia como obrero. Empero, ese año toda la comunidad recoleta tendría un duro golpe, al fallecer fray José Infante, debiendo asumir su cargo fray Felipe Echenagusia. Fueron tiempos de enorme actividad para el infatigable Andrés, mucha de ella vertida aún en las calles, dice Rovegno:

Entre 1848 y 1849, reunía en la Recoleta, todas las noches, a las 21 hrs., a unos 50 obreros. Rezaban el Vía Crucis, tomaban una disciplina, decían algunas breves oraciones y finalizaban con algunas reflexiones del hermano. Visitaba frecuentemente la cárcel y el hospital. Además de confortar a muchos en la portería del Convento, llevaba medicinas, preparadas por él mismo, a los enfermos en sus casas y visitaba los moribundos.

Andresito también repartía pan y frutas todos los domingos, organizando otras procesiones o visitas al cementerio para rezar el Vía Crucis y el rosario por las ánimas. No tardan en aparecer sus talentos especiales en estas salidas al aire libre: durante sus visitas por las casas pidiendo limosna, por ejemplo, tuvo el ojo para advertir a dos madres que sus hijos iban a ser sacerdotes. Y, efectivamente, lo fueron: Crescente Errázuriz Valdivieso y Manuel Marchant Pereira.

Su labor de limosnero, finalmente, permitió obtener los recursos para la construcción definitiva de la Iglesia de la Recoleta, a partir de 1845, encargándose la obra primero a Antonio Vidal y luego, desde 1848, a don Fermín Vivaceta. Poco tiempo después, también fueron limosnas por él reunidas las que sirvieron para consagrar un altar dedicado a su reverenciada Santa Filomena, como se confirma en el recibo dado por Vivaceta, el 9 de diciembre de 1850: “Recibí del hermano Fray Andrés la cantidad de cuatrocientos cuarenta y ocho pesos, cuatro reales que me ha pagado por hacer el altar de Santa Filomena en la Iglesia de la Recoleta Franciscana de Chile”.

Iglesia de la Recoleta de San Francisco, en Santiago de Chile.

Placa conmemorativa, en el acceso al templo.

Imagen de una tarjeta religiosa con el retrato de fray Andresito, el “santo” popular para Chile de origen canario, cargando la imagen de su amada Santa Filomena y el mismo tarrito limosnero que usó de alcancía para reunir ayuda para la recolección franciscana.

Acercamiento a "Fray Andrés con los mendigos", retrato al óleo sobre tela hecho por Ramón Pizarro en 1855. . El cuadro está en el pequeño museo de fray Andresito dentro de la Recoleta Franciscana.

Acercamiento a la antigua pintura al óleo de Andresito, hecha por manos anónimas. Se le observa cargando la cruz, con una estatuilla de Santa Filomena y un cráneo humano.

Copia del daguerrotipo de fray Andresito, posiblemente tomado por Manson en 1849. Se le observa con su tarro de limosnas y la imagen de Santa Filomena. Ha servido de base a muchas de las representaciones e iconografías que se han hecho de él. Museo de Fray Andresito en la Recoleta.

Litografía en la Recoleta Franciscana, titulada "Fray Andrés recibe el Santo Viático en sus últimos momentos". Muestra a Andresito sentado en el escaño de piedra que aún existe en el convento, ya en las puertas de la muerte, rodeado de los demás frailes franciscanos de la Recoleta.

Antigua lápida y cripta de Andresito, con figura de Santa Filomena tallada en el mármol por Alejandro Cicarelli. Imágenes de arcángeles lo escoltan en los cuadros de los costados.

Pero para sus seguidores, parece que la comunicación entre fray Andresito y la divinidad era mucho más que sólo devocional o simbólica. Como sucedió años antes también con fray Pedro de Bardeci, el otro hombre santo español llegado a la recolección franciscana santiaguina, el currículo de prodigios se vuelve por momentos interminable, obligando al recopilador a hacer una síntesis de los registros y noticias para no terminar produciendo un tratado completo sobre las materias relativas a las luces más extraordinarias y sobrenaturales que habrían orbitado su paso por el mundo, y aun después.

Convencido de que el sacrificio llamaba a la misericordia de Dios, durante las graves revueltas políticas que ensangrentaron al país a mediados del siglo, Andrés se impuso una penitencia muy especial y apropiada a su condición de callejero: caminar por Santiago con los pies totalmente desnudos y desprotegidos, dolorosa acción que ya había cometido también en 1843, al fallecer el sacerdote Infante, y después al enfermar gravemente su amigo y colaborador, el senador Ossa, uno de los mecenas más importantes que tuvo la recolección.

El 8 de diciembre de 1851 y por razones que sólo serían explicables en capacidades fuera de todo orden natural, informó también de la violenta e infausta batalla que tenía lugar en esos mismos momentos en Loncomilla, en el marco de las revueltas políticas de aquel año. Fue como si las distancias geográficas ya no fueran obstáculo para el testimonio ante sus ojos.

Sus constantes episodios supuestamente sobrenaturales, continuarían con otros casos en donde se mezclaron los talentos extraordinarios que ahora lo tienen como postulante a santo, con esas bondades sin límites hacia los desposeídos y los necesitados. Sería un exceso relatar acá todas esas aparentes hazañas de un hombre milagroso que no llegó a ser sacerdote, bastándonos las ya descritas para retratarlo con los prodigios que en vida le dieron su fama de virtuoso.

Además de los señalados sacrificios, Andrés también realizaba ayunos, rezos, extensiones de indulgencias y largas sesiones de letanías por todos los difuntos de los que tenía noticia, la mayoría de los cuales ni siquiera conocía. Iba anotando referencias para ellos en papelitos, a veces de maneras tan ambiguas o generales como: “Otro hombre cigarrero, calle de la Merced, de postrema”; “Tres por el Arenal”; “Otro vendedor de un baratillo”; “Otro murió de repente por La Cañadilla”; “Y otro hombre se botó al río”. Generalmente, se refería con esto a muertes súbitas y dramáticas: asesinados, infartados, suicidas, etc.

Sin embargo, la salud del donado comenzaría a verse comprometida de un momento a otro, como recordaba Cruz Villarroel:

Nosotros nada habíamos notado en él que nos pudiese indicar su cercano fin, y en igual caso se hallaban las demás personas que lo trataron en los días inmediatos a su enfermedad y a su muerte; pero él sabía, no como los demás hombres, sino con certeza, con precisión.

El 9 de enero de ese año se encendieron las alertas. Eran las cinco y media de la mañana y Andresito no salía de su habitación, a diferencia de lo que usualmente hacía a esa hora, cuando ya solía estar en pie y escuchando misas. Cuando otro de los donados tocó su puerta para pedirle una de las aguas medicinales y pócimas que él componía, en este caso una para curar afecciones a la vista, lo descubrió visiblemente enfermo y todavía tirado en su lecho. Tras ser despertado, Andrés intentó incorporarse y trató de hacer un día como todos, pero no pudo, debiendo regresar a su celda al poco rato. Se dice que fue tras haber estado descansando débilmente en su escaño de roca dentro de la Recoleta que fray Andresito abandonó este mundo, finalmente, el viernes 14 de enero de 1853. Sucedió a las ocho horas, tal como lo había predicho a sus cercanos.

Las campanas de la Recoleta sonaron anunciando la desgracia y toda la población que se hallaba en la capital cayó herida en el alma, marchando espontáneamente a despedir a su querido limosnero, muy especialmente los pobres por quienes nunca reservó fatigas ni sacrificios. Por esta razón, su velorio y su funeral terminaron siendo un evento extraordinario en la historia de la ciudad, hasta entonces. El cuerpo de Andrés, con su rostro sereno y angelical, fue colocado bajo el coro tras una firme verja de hierro, hasta donde gente pasó haciendo fila para despedirlo. Testimonios de lo sucedido allá también resultaron sorprendentes, pues asistieron muchos de los fieles que aseguraban haber sido beneficiados por los talentos sobrenaturales que se adjudicaban al donado, quedando revelados varios casos que habrían pasado al olvido.

La cantidad de gente que acudió a la Recoleta Franciscana en aquel momento, provocó una peligrosa concentración humana que obligó al prelado a ordenar el cierre del templo, tarea que pudo cumplirse con gran dificultad. En el día 15, cuando se iba a realizar ya su sepultura tras sentidos discursos y cantos corales, la invasión de fieles volvió a colmar las capacidades del recinto. El enorme cortejo avanzó con el cuerpo en un cajón de madera hasta el pequeño cementerio que estaba hacia el fondo del terreno de los claustros.

Los franciscanos tomaron casi de inmediato la iniciativa de reconocer su ascetismo, dando curso al trámite de “Non Cultu” y sus etapas posteriores. El largo proceso aún está en tránsito, pero habiéndole conseguido, al menos, el paso a venerable y luego siervo de Dios. En tanto, el guardián fray Francisco Pacheco decidió cumplir con la necesidad de dar solemnidad a la sepultura de Andrés García, con un catafalco propio que sería financiado con una campaña de donativos, anunciada en diciembre de 1854.

La exhumación tendría lugar, también, a causa de que los claustros iban a ser reconstruidos, obligando de todos modos a cambiar el lugar del panteón del convento. Las labores de armado del catafalco comenzaron al año siguiente, siendo encargadas al artista napolitano Alejandro Cicarelli y sus alumnos de la Academia de Pintura y Escultura de Santiago, escuela que estaba a su dirección. Tanto Cicarelli como los carpinteros fueron asistidos también por el prestigioso doctor farmacólogo y científico José Vicente Bustillos, quien era un gran admirador de Andresito. Quedó listo el 2 de julio de 1855 y, para el día 10, un grupo de altas personalidades y sacerdotes recoletos procedió a la exhumación. Ya se habían trasladado varios cuerpos desde el pequeño camposanto, quedando en este lugar sólo el de Andrés y el de su confesor Felipe de Echenagusia. Mientras los desenterraban, además, descubrieron que las filtraciones de aguas de una acequia habían dañado seriamente el cajón de Andrés, provocando la pudrición de las maderas al punto de que, cuando fue llevado al comedor del convento para ser abierto, pudo ser destapado con sólo un tirón de las tablas, sin necesidad de ser destornillada la tapa.

Catafalco con la actual sepultura de fray Andresito, y al lado el altar del Santa Filomena.

Catafalco con la sepultura de Andresito, y al lado el altar del Santa Filomena.

Inscripción en la sepultura de Andresito, siempre colmada de flores y velas.

Catafalco con la sepultura de fray Andresito.

Catafalco con la sepultura de fray Andresito.

Catafalco con la sepultura de Andresito, con el cerco artístico rodeándolo.

Cuál sería el asombro de los allí reunidos cuando vieron el rostro de Andrés incorrupto, tal como lo habían dejado bajo tierra hacía más de dos años. La humedad había llegado al interior del cajón, pero su carne seguía casi intacta, sólo un poco oscurecida su piel. La cara y el pecho de estaban cubiertos de algo como moho y, salvo por estar levemente torcida su boca hacia la izquierda, los efectos de la putrefacción o de la filtración de las aguas no se notaban. Ni siquiera había algún olor desagradable en ese cuerpo, salvo el de la humedad y las tablas podridas. Trozos de su hábito, la cuerda de su cinturón y hasta la mayor parte de sus cabellos se habían desintegrado en el sarcófago, pero la piel y los músculos permanecían en buen estado, como pudieron verificar de sobra los testigos que examinaron tan increíble cadáver.

Importantes personalidades culturales y científicas de la época, tuvieron el privilegio de observar la situación del cuerpo. Aunque el Dr. Bustillos propuso lavarle el rostro para dignificar su aspecto, el Arcediano de la Iglesia Metropolitana de Santiago, Dr. Juan Francisco Meneses, estimó prudente dejar el cuerpo tal como había sido encontrado, hasta que pudiese ser examinado por el Arzobispo. Bustillo, el R. P. Guardián y los demás presentes estuvieron de acuerdo en esto. Ese mismo día, se comisionó a otras figuras de altísima talla y credibilidad para la observación del cuerpo: el presbítero Juan Bautista Lambert, al delegado universitario don Juan Ignacio Domeyko, el protomédico Lorenzo Sazié, además de Juan Miquel, Carlos Zegeth y al propio Dr. Bustillos. El Arzobispo de Santiago solicitó al grupo que “informen en común o separadamente sobre las circunstancias y estado en que se haya encontrado dicho cadáver, y las causas físicas que pueden influir en los fenómenos que se observen”. La petición de ir a la Recoleta a realizar los exámenes, debía cumplirse el día 15, con la asistencia de Domeyko, Bustillos y Sazié, acompañados de Eulogio Fontecilla y Pedro Henfiro. Lambert se ausentó por no haber alcanzado a ser notificado; Zegeth sufrió un retraso, llegando al final del encuentro, y Miquel debió ser reemplazado por el facultativo Pedro Eliodoro Fontecilla, por razones de salud. El informe que entregaron tras el encuentro, extendido el día 18 por Bustillos, Domeyko y Sazié, confirmaba la sorprendente situación del cuerpo de Andrés.

Por más de una semana, el finado alcanzó a ser visto por algunos fieles en la iglesia, antes de ser trasladado a la cripta propia dentro del mismo templo y junto al altar de su querida Santa Filomena, en ceremonia del lunes 23 de julio de ese año. Sobre su lugar de reposo se instaló la lápida con la imagen de Santa Filomena y la inscripción: “Aquí descansan los restos del hermano Fray Andrés Filomeno García, que falleció el 14 de enero de 1853 y se trasladó el 23 de julio de 1855”.

Sintetizando la historia, en 1893 el padre guardián Julio Uteau había solicitado ya al padre general, en nombre de la comunidad franciscana, una autorización para iniciar la causa con mirada directa hacia la beatificación. El 29 de noviembre de ese año pidió directamente al arzobispo Mariano Casanova el permiso para instruir el proceso “Super Fama Sanctitatis”, y este nombró a su obispo auxiliar Juan Guillermo Carter como juez delegado para la formación de este proceso y del anterior de “Non Cultu”. Del mismo modo, en 1904 fray Bernardo Calixto Montiel envió los informes a la Sagrada Congregación de Ritos, aprobados en 1916. Entonces, el arzobispo de Santiago, Crescente Errázuriz, inició el proceso de verificación de sus milagros y virtudes pero el esfuerzo se vio interrumpido por varios problemas surgidos en el camino, además del cambio de normas de la Sagrada Congregación de Ritos y, años después, su transformación en la Congregación para las Causas de los Santos de la Curia Romana, en 1983. Pudo retomarse el proceso recién en los años noventa.

Cabe recordar que, el 28 de mayo de 1929, se había abierto la tumba de Andrés por segunda vez, por instrucciones del presidente del Tribunal del Proceso Apostólico, presbítero Francisco Javier de la Fuente. Esto fue ante unos 50 testigos, aunque hay versiones contrapuestas sobre lo que vieron: que cuerpo aún estaban en extraño buen estado, o que habría mostrado ya consecuencias negativas de intervenciones realizadas tras la primera exhumación. De este suceso, el presbítero tomó juramento al guardián fray Jerónimo Muñoz, al párroco Fray Bernardino González, a los doctores Jorge Cáceres, Víctor Barros y Arturo Atria, al notario Javier Echeverría y también a los cuatro obreros encargados.

En tanto, la supuesta sangre que se le habría extraído a Andresito y que está en un relicario de la Recoleta, jamás se secó ni se degradó. Es otra de las pruebas que se han esgrimido ante la Santa Sede para reafirmar la categoría de santidad y aspirar a la canonización del donado. La reliquia había aparecido formalmente en el expediente el 15 de julio de 1892, cuando el fray Pacheco, en presencia del Dr. Eleodoro Fontecilla, declaró ante el notario Mariano Melo que poseía un frasco de sangre de Andrés García obtenido de una sangría realizada 40 años antes, durante una convalecencia, y de cuya extracción había sido testigo el mismo Fontecilla.

El frasco fue llevado a la Santa Sede en marzo de 1927 por fray Luis Orellana para que pudiera ser estudiado en el Laboratorio Camilli de Roma, cuyo informe de análisis del 2 de mayo de 1933 al postulador general fray Antonio María Santarelli, confirmó que era sangre humana. En julio de 1939, parte de esta fue entregada por el postulador general fray Fortunato Scipioni al custodio de la Provincia, fray Sebastián Ramírez, quien la llevó hasta la Recoleta Franciscana, donde pemanece desde entonces. Aunque continúa conservándose líquida y antes era sacada para celebrar ceremonias y bautizos solicitados a los recoletos, debió ser apartada de la exhibición en 1999, para poder resguardarla y comprobar científicamente su autenticidad.

En el muy visitado altar y catafalco actual, al que llegan fieles y turistas, se lee: “Aquí descansan los restos del Siervo de Dios Fray Andrés Filomeno García Acosa. Fallecido el 14 de enero de 1853”. La leyenda recoletana cuenta que fray Andresito aún sigue apareciéndose en las calles, las casas y la iglesia del barrio, repartiendo sus buenos deseos y bondades. Cierta fotografía tomada por un feligrés en años recientes, además, mostraría la supuesta silueta de Andrés, haciendo sombra fantasmal en el sector de su catafalco. La enorme cantidad de placas de agradecimientos en los muros confirma que la fe por Andresito trascendió generaciones.

La cripta original que recordaba al donado con la figura de Santa Filomena en mármol, en tanto, hoy está en la sala al inicio de la nave lateral derecha del templo, mientras que en la nave izquierda, misma donde se encuentra su catafalco, se habilitó el pequeño pero interesante museo para su recuerdo. Creado en 1986, fue remodelado y reinaugurado en septiembre de 2010.

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