- NOMBRE: Animita de Fabita.
- COORDENADAS: 33°25'59.48"S 70°39'26.62"W
- CIUDAD/UBICACIÓN: Santiago, Provincia de Santiago, Región Metropolitana, Chile.
- DIRECCIÓN: Esquina de las calles General Mackenna y Amunátegui, en la cuadra del edificio de la ex Cárcel Pública y enfrente del cuartel de la Policía de Investigaciones de Barrio Mapocho.
- CATEGORÍA: Altar funerario / Animita urbana (incompleta).
- FAVORES SOLICITADOS: No identificados. Se le ofrendan flores reales, de papel y pequeñas artesanías.
- RESEÑA: Fabiola Andrea Hernández P. murió en esta esquina, arrollada brutalmente por un bus del entonces nuevo sistema de Transantiago, cuando éste estaba aún en fase de pruebas. Su trágica partida sucedió el 14 de noviembre de 2006, cuando la muchacha cruzó la calle confiada como lo hacía siempre en este lugar, sin saber que los nuevos buses del sistema estaba transitando por allí como parte de la marcha blanca y de los desvíos por la pavimentación de las calles que ocupaba antes la locomoción local. Tras su muerte, comenzaron a llegar amigos y familiares de la infortunada muchacha, colocando ofrendas florales en las rejas que están sobre la infausta esquina y así comenzó a aparecer una animita, a pesar de cierta predisposición de las autoridades a no querer este altar funerario en esa barandilla de la esquina. El tiempo dirá si se completa o no la animita.
La ribera opuesta también ha adicionado
a su paisaje los vestigios de tragedias similares a la de Mauricio Andrés y
en las que la partida traumática e inesperada ha dejado esa ilusión de una
energía milagrosa y gentil en el lugar donde se posó el dedo de la muerte.
Existe un caso más reciente que el acabado de ver, de hecho.
Fabiola era una chica de bajo tamaño y
un poco gordita, nos dicen. Usaba su liso pelo aclarado y siempre parecía
sonreír, pese a haber sobrellevado sus 30 años con algunas dificultades.
Había algo cándido e infantil en ella, en Fabita, como le llamaban
sus amigos: alguna secreta inocencia que le hacía verse de menos edad y
mayor vitalidad. Integraba un club religioso que agrupa a sordos y oyentes
de Maipú, llamado Comunidad Manos de Alelí, pues tenía un sobrino
afectado por esta limitación. No hay duda: siempre fue una mujer muy querida
entre los suyos.
Dicen sus flamantes devotos que Fabiola
trabajaba en la proximidad de la Estación Mapocho, por donde está la ex
Cárcel Pública, el escenario de su tragedia. Transitaba a diario por allí,
inconsciente de que sería acaso la primera víctima del infame sistema
Transantiago, y además la última animita que ha aparecido en este lado
del barrio riberano, en la encrucijada de calles donde le aguardaba la
muerte.
La jovial Fabiola cruzó la calle
General Mackenna aquella mañana de día martes, hacia donde están los
cuarteles de la Policía de Investigaciones, por la altura del famoso
kiosquero don Juan Rubio, por más de 35 años establecido en el mismo barrio.
No lo habría hecho con imprudencia, nos han informado también por acá, sino
con una falsa seguridad: la muchacha desconocía que los trabajos de
pavimentación que se realizaban cerca de ahí en calle Bandera (como siempre,
eligiéndose las peores épocas del año para ejecutarlas), habían obligado a
descargar todo el tráfico de la locomoción colectiva que iba hacia el Norte,
ahora por la calle Amunátegui, exigiendo a los monstruosos y aberrantes
buses oruga del nuevo sistema doblar por esta calle justo en su esquina con
General Mackenna, precisamente donde cruzaba la inocente víctima.
Fabiola Andrea Hernández Pailamilla
murió golpeada y arrollada ahí mismo por esa mole metálica, símbolo de la
desdicha de toda una ciudad sometida a las eternas malas decisiones de sus
autoridades, per secula seculorum. Es por eso que creemos que Fabiola
fue la primera víctima del nefasto sistema, casi como un mal presagio o
anticipo de su fracaso, pues además del bus que causó este drama, el
Transantiago recién se estaba preparando para ser puesto en marcha
plenamente en febrero del año siguiente y las pavimentaciones que produjeron
estos desvíos fatales nacieron de la urgencia por disponer contra reloj las
calles para el mismo .
Fueron horas de terrible emoción las
que se vivieron allí durante esa mañana. Carabineros llegó a realizar las
pericias y los primeros deudos de Fabita aparecieron haciendo más
dolorosos aquellos momentos. El cuerpo fue retirado y una gruesa manguera de
incendios intentó borrar las huellas de la brutal escena que había tenido
lugar, haciéndole vista gorda al sufrimiento y al horror que se vivieron.
Según entendemos, fue sepultada provisoriamente en el Cementerio General, y
luego trasladada hasta el Parque del Sendero, en Maipú.
Pero algo iba a impedir que Fabiola
fuera sólo un número más en la estadística, pasado por lo bajo de promesas
del mejor sistema de locomoción que jamás llegó. Nos cuenta don Juan, el
kiosquero, que de a poco comenzaron a llegar amigos y familiares de la
infortunada muchacha, a colocar sus ofrendas florales en las rejas que están
sobre la infausta esquina de su última desgracia. Flores frescas y otras de
papel, más algunos adornos extras, como veletas, cintas o escarapelas. Y
luego, llegaron las velas y los visitantes anónimos, y el juramento de que,
tal como en el caso del otro chico atropellado frente a la Piscina Escolar,
la fallecida era en extremo milagrosa, impregnando de su magnificencia ese
mismo sitio que fuera sangriento tablado de su caída… Mapocho se había
ganado otra generosa hada.
De esta forma, entonces, su nombre
sigue presente allí en la esquina, con una segunda vida propia. El
imaginario jardín decora ese lugar que habría sido un sitio maldito, de no
ser porque su propia muerte atrajo las flores que la llenan de color y de
promesas de conceder favores y dar esperanzas. Fabiola salvó esta esquina, a
pesar de que no parece existir mucho futuro para este improvisado memorial
póstumo, siendo realistas.
Nada muere en barrio Mapocho: todo
objeto, persona o concepto inclusive, trasciende en los hilos históricos; se
transmuta, convirtiendo su propia ausencia en una presencia irrenunciable y
perpetuada, como hemos visto. Sin una casucha propia como animita, Fabita
de todos modos aún ronda allí y seguirá hasta que sea retirado su memorial,
en el mismo lugar de su infortunio. Sabiendo esto, alguien ha colgado una
placa de madera grabada con pirografía, ofreciendo al lector la síntesis más
exacta y precisa para la explicar su misterio:
Aún no he muerto.
Sólo moriré
cuando no esté
en tus recuerdos.
Sólo moriré
cuando no esté
en tus recuerdos.
Por esos azares de la vida llegué a este artículo en internet y lo releo mil veces con un torbellino de sensaciones... Triteza, nostalgia, pero también cierta felicidad por haber conocido a esta gran mujer. Yo conocí a Fabita en mi adolescencia. Nos juntabamos con un grupo de amigos en la Villa el Abrazo de Maipú y en ese momento era la novia de uno de nuestros amigos.
ResponderEliminarUna mujer alegren, jovial, siempre con una gran sonrisa, graciosa, extrovertida. Mágica.
Finalmente, el grupo creció y cada uno tomó su rumbo. Perdimos contacto. Hasta que nos enteramos por los noticieros de la terrible noticia acerca de nuestra amiga. Yo aun no lo creo. Una persona con tanta simpatía y carisma.
Todo el grupo se separó y no supe más del "Mono", no pude acompañarlo en su dolor. Darle ánimo.
Pero ahora leo este gran articulo y me siento orgulloso de haberla conocido. Y de haber compartido con ella música, risas, cerveza y conversación.
Escribo esto en nombre de todos mis camaradas de juventud y gracias por este valioso documento.
Marco Martinez
Hola Marco. Muchas gracias por tus palabras que son gran aporte. Lamentablemente, debo contarte que misteriosas manos que algunos señalan relacionadas con la administración municipal, arrasaron recientemente con la decoración de la esquina que recordaba a Fabita y sacaron todo, en un acto de extraña prepotencia.
ResponderEliminarUffff.... Justo habia pensado en ir a visitarla un dia de estos. Motivos para estar más triste y melancólico.
ResponderEliminarUn abrazo