Evitando tanto como es posible el acto
de invadir los secretos y las angustias íntimas de los chiquillos,
solicitantes, reproduciremos luego sólo algunas de sus peticiones, tratado
de dejarlos permanecer en lo más parecido al anonimato que se pueda. Sin
embargo, es preciso advertir desde ya que la costumbre no es nueva, como
creyeron ciertos reporteros de la estación televisiva, sino que se ha
restituido pero llevando largo tiempo vigente. Ya había sido comentada por
Oreste Plath en su libro "L'Animita", de hecho, donde reproduce el siguiente
extracto tomado del libro "Crónicas reunidas" de Joaquín Edwards Bello,
escrito en 1921:
Echando cuentas, vemos que la tradición en la tumba reaparece
mencionada en un texto de Raimundo de la Cruz para una revista "En Viaje",
año 1951, viéndola practicada también en las tumbas de Pedro Aguirre Cerda y
Arturo Alessandri Palma. La misma veneración es comentada por el periodista
Raúl Morales Álvarez en su artículo "La tumba del Santo Balmaceda",
publicado en 1979.
Otra fotografía antigua con el aspecto original del mausoleo, publicada
en el propio sitio del Cementerio General de Recoleta.
José Manuel Balmaceda (1840-1891)
Así pues, al contrario de lo que
afirmaron incluso los propios funcionarios del cementerio a los periodistas
televisivos alguna vez, sólo estamos en presencia de un fenómeno de
resurgimiento o redescubrimiento de algo que se arrastra en la tradición
desde hace un siglo o más. Prueba de ello es que este y varios otros
mausoleos que también eran llenados en el Cementerio General con peticiones
de favores, fueron sometidos a una limpieza masiva durante el año 2001,
proceso que borró muchas de las inscripciones que antes habían sido
observadas por Edwards Bello, De la Cruz, Plath, Morales Álvares y otros
autores en sus respectivas épocas. Lo curioso del caso, sin embargo, es
verificar la fuerza con la que continúa la veneración milagrosa de Balmaceda
incluso en nuestros laicos y no creyentes tiempos.
La historia del mausoleo y de cómo
llegó Balmaceda hasta este lugar de culto es tan dolorosa como la muerte
misma del presidente, tras suicidarse refugiado en la legación argentina el
19 de septiembre de 1891. Recordemos que decidió partir justo al final de la
infausta Guerra Civil y al concluir formalmente su período constitucional de
mando, dejando para la posteridad su profético y extraordinario
"Testamento Político" redactado sólo horas antes de la valiente pero
terrible decisión de darse un tiro en la cabeza para evitar entregarse a los
revolucionarios.
El plenipotenciario argentino José de
Uriburu, quien estaba emparentado familiarmente con Balmaceda y lo tenía
escondido en esta residencia diplomática, hizo saber a Carlos Walker y a
Melchor Concha y Toro del suicidio apenas advirtió lo que había ocurrido esa
mañana en una habitación de su legación. Los tres resolvieron partir al
Palacio de la Moneda a comunicar lo sucedido. Empero, al conocerse la muerte
por las vías del rumor la curiosa sociedad chilena se volcó hasta el
edificio de la legación platense en la ex calle del Peumo, hoy
Amunátegui. Con cierta dificultad, entonces, sólo hacia el mediodía pudieron
reingresar a la representación para retirar el cadáver acompañados de una
comisión neutral. Allá las fuerzas de orden debieron dispersar -no sin
problemas- a las muchedumbres de curiosos y exaltados.
Algunos suponen que el cadáver fue
revisado y montado otra vez en su posición suicida aunque de manera bastante
burda. Se supone que así habría tomado una famosa fotografía en la que
aparece muerto, tendido en la cama, reproducida en diarios de época aunque
se pone en duda su autenticidad. Lo cierto es que, para evitar a la
multitud, se simuló el retiro del cuerpo en un carro de la Beneficencia que
pareció sacar un ataúd desde el edificio. El capellán Francisco Lisboa
comunicó a la gente, entonces, que el cuerpo del ex presidente había sido
retirado, y así comenzaron a retornar a sus casas. Mientras tanto, hacia las
19:30 horas, el cadáver aún en el interior era envuelto en una colcha atada.
En tal situación, esperaron que
oscureciera para subirlo a un carro del servicio público custodiado por dos
agentes de seguridad. Acto seguido, partieron con prisa hasta el Cementerio
General. Acompañaban al cuerpo el cónsul uruguayo José Arrieta, el
intendente provincial Carlos Lira, el cuñado de Balmaceda don Domingo de
Toro Herrera y el capellán Lisboa, escoltados por un piquete de diez
uniformados del Guías Nº 4, comandados por el Alférez Edgardo Rogers.
Al llegar al cementerio, entonces,
descargaron el cuerpo para meterlo en una urna de metal. Generosamente, el
señor Arrieta dispuso de su sepultura familiar para darle entierro
atendiendo una súplica que habíale hecho antes el propio fallecido. Sin
embargo, parece ser que algunos agitadores vieron o se enteraron de la
operación, por lo que Lira propuso en horas avanzadas de esa misma noche
algo para evitar una profanación o actos indignos, llevándolo hasta otra
tumba y de manera aún más reservada. Don Manuel Arriarán, administrador del
cementerio desde 1880, dispuso para ello de su propia tumba vacía en el
número 1.355. Arriarán era conocido allí, entre otras cosas, porque
construyó las murallas de los nichos que rodean amplias áreas del cementerio
con tumbas más económicas, de modo que era un hombre con probadas
características filantrópicas.
El 29 de noviembre de 1896, los restos
de Balmaceda fueron sacados desde su morada provisoria (donde aún se
conserva su lápida metálica, muy vetusta) y trasladados en una apoteósica
ceremonia a la que concurrieron miles de admiradores del infortunado
mandatario. Quedaron sepultados en un elegante mausoleo familiar, donde iría
a acompañarle después su viuda, doña Emilia Toro de Balmaceda el 13 de junio
de 1913.El mausoleo actual es
el posterior y último, sin embargo: fue construido por sus hijos y algunos
familiares del matrimonio. A juzgar por una inscripción sobre la estructura
hoy visible, este estupendo edificio fúnebre fue remodelado por el
arquitecto italiano Tebaldo Brugnoli en 1915, dato que, sin embargo, no
aparece señalado en todas las fuentes que hemos consultado. Ciertas
fotografías de época lo muestran más espectacular entonces que en nuestros
días, además: con aspecto románico y dos bellas columnas de ingreso,
destacando las rocas rosadas y mármoles. Un imponente y fulgoroso ángel
resguardaba el descanso eterno de la familia parado sobre la cúpula, en el
exterior. Por el interior, hace lo mismo un escudo patrio sobre el
catafalco.
En la actualidad, sin embargo, al
parecer como consecuencia de los terremotos y quizá de los no pocos robos
patrimoniales que acumula la necrópolis, el ángel ha sido reemplazado por
una cruz y parte del portal está demolido. Se mantienen las secciones
inferiores de las columnas a ambos lados del acceso, no obstante, pero ahora
rematadas por jarrones de mármol de estilo Médicis, piezas que también han
servido de pizarra para peticiones y agradecimientos de la improvisada
animita en que se ha convertido el sepulcro.
MENSAJES DEJADOS POR LOS
DEVOTOS (Nótese
que, siendo la mayoría para Balmaceda, algunos son para Emilita,
su esposa).
|
Tenemos dos presunciones con aspiración
de ser teorías para explicarnos el cómo pudo comenzar la nueva y fervorosa
etapa en el culto escolar sobre Balmaceda solicitando buen rendimiento en el
colegio, sin perder de vista que esta existe desde hace más de un siglo,
como hemos dicho:
-
La primera deriva del hecho de que
este mausoleo se pudo haber hecho conocido entre la comunidad de niñas
del Liceo Polivalente A-28 Emilia Toro de Balmaceda de Quinta Normal,
luego de que el año 2006 instalan una placa dentro del mismo celebrando
el centenario del establecimiento educacional. La placa está a los pies
de la cripta de doña Emilia, la ex primera dama, que es aludida también
en algunas peticiones de favores.
-
La otra especulación que con más
fluidez y naturalidad nos surge leyendo los mensajes que aparentan ser
más antiguos (las paredes han sido lavadas en alguna ocasión), es por
alguna posible relación detonante entre el culto escolar a la tumba y la
existencia del Liceo Polivalente Presidente José Manuel Balmaceda del
barrio Independencia, a no mucha distancia de allí. Apostaríamos más por
esta última teoría y diríamos incluso que los alumnos del Liceo
Balmaceda pueden ser los principales sospechosos de traer de vuelta la
fama milagrosa del ex presidente.
Como sea, lo evidente es que el culto
de canonización popular e informal de Balmaceda no es nuevo ni extraño en
Chile. Ni siquiera es muy exclusivo dentro del propio recinto cementerial de
Recoleta: es semejante al que se observa en otros casos como el de la tumba
del profesor Abelardo Núñez, cuyos servicios de inteligencia en la Guerra
del Pacífico son mencionados por Jorge Inostrosa en "Adiós al Séptimo de
Línea". Más subjetivamente, se ha visto algo parecido con la memoria heroica
del capitán Arturo Prat y algunos de sus monumentos en el país, aunque sin
intervenciones sobre sus sepulcros en el caso de Balmaceda o Núñez.
Llega a ser simpática la devoción
espontánea por Balmaceda entre los adolescentes santiaguinos, entonces. Más
allá de lo que realmente sea la evaluación histórica del personaje con todos
sus claros y oscuros (que sí existen, aunque se niegue), lo demuestra como
un personaje profundamente querido; y "naturalmente" querido, diríamos, sin
el refuerzo de campañas o propagandas emocionales. Así, mientras ciertas
figuras de la historia chilena necesitan inyecciones de recursos a través de
fondos artísticos, publicitarios, literarios y cuanto sea requerido para
garantizar su vigencia y alta popularidad (muchas veces innecesariamente,
producto sólo de temores paranoicos de la política), el modesto Balmaceda
sólo precisó de su mausoleo y quizá de un capítulo en la serie "Héroes" de
Canal 13 para afianzar el culto popular a su figura, ahora último.
Dicho lo anterior, ni historiadores
como Ricardo Donoso quienes no guardaron expresiones animosas contra el
mandatario, ni aquellos colegas como suyos que lo idealizaron hasta la
beatificación política como fue Hernán Ramírez Necochea, coinciden que quizá
jamás se imaginaron tan extraña impronta y restauración del buen nombre de
Balmaceda en la conciencia popular chilena, por la vía del culto a las
ánimas. Finales felices, en cierta forma, aunque curiosos y excepcionales en
nuestra vida histórica nacional, pero no extraños ni ajenos.
Algunos se escandalizarán, ciertamente,
viendo su sacro mausoleo rayado y estos papelitos inocentemente arrojados
dentro cual copia pobre del Muro de los Lamentos. Pero podemos
comprenderlos: más triste luciría su cripta fría y de flores marchitas,
ajenas a cualquier cariño o acto de fe entre niños y jóvenes. Esta es una
garantía de gratitud por la memoria de Balmaceda para varias generaciones
más, que sólo merece ser celebrada.
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